El texto que leerán a continuación es un pequeñísimo adelanto de la novela en la que actualmente está trabajando nuestra amada
. Esperamos que disfruten la lectura y que estén atentos a su bello trabajo.Llevo meses sintiéndome mal en mi casa, las cosas no funcionan y no sé qué hacer. He intentado hablarle con amor, decirle que tenemos que ir a terapia de pareja, se lo he dicho feliz, se lo he dicho llorando. Roberto es un tronco postrado en la sala, no se inmuta, dice que ya está muy viejo, que él no va a cambiar, que le parece que estoy exagerando. Que vaya yo al psicólogo por mi lado, que me arregle y que ya él se arregla solo, que siempre hemos sido así. “A mí hasta me gusta la explosión”, me dice, y yo le grito que cuál explosión, que a qué explosión se está refiriendo porque las únicas explosiones que tenemos son mis gritos haciendo eco en las paredes, tanto que siento que los vecinos van a llamar a la policía y me van a deportar a mí, ¿me entendés? A él no le van a decir nada si llega la policía con su superioridad blanca y lo ven con la calma que finge en mis momentos de enojo. Le pregunto, le afirmo, le grito: ¿te parece que estamos bien? Porque yo no estoy bien, no soporto tus inquisiciones ni que me llames para señalarme si dejé algo mal puesto, que me digás “vení para acá. Catalina, vení a ver lo que hiciste” y yo salga corriendo como un manojo de nervios a ver qué desastre hice y me encuentre con un pintalabios mal puesto o con un cartón de papel sin cambiar. Ni decirte todas las veces que yo me he encontrado un desastre suyo y solo lo recojo y ya. Pero no solo es eso, es mi manera de pensar también. La vez pasada estaba hablando de mis tendencias izquierdistas, lo llamé así, tendencias izquierdistas porque estábamos con un público que ya de por sí era difícil y que se quejaba de las olas migratorias, y yo quería explicar por qué lo que decían me parecía una estupidez desde la amabilidad y él me interrumpió y dijo “¿desde cuándo sos de izquierdas, pues?” y toda la mesa se rio y no pude terminar de hablar. Además, me duele, me pesa estar explicando que odio mi trabajo de mierda, que odio cómo han construido con bases lingüísticas un régimen esclavista al que las personas se tienen que acoplar; que odio, por ejemplo, los principios y la presión que ejercen y que él me conteste “bueno, bueno, a mí me encantaría que mi empresa tuviera algo así” y entonces todos empiecen a resaltar las bondades de que una empresa tenga algo así. Y a mí no me importa, ¿me entendés? No me importa si él piensa que la vida corporativa es lo mejor que le sucedió al ser humano, que el capitalismo no tiene final, que los seres humanos son mejores bajo este sistema. Si él dijera en una conferencia, por ejemplo, que el capitalismo es lo mejor que le ha pasado al mundo yo no levantaría la mano y diría “perdóname, Roberto, pero es que me parece que sos un imbécil”. Él, en cambio, se siente en derecho de decirme eso, de tocarme a palmaditas la pierna y negar suavemente con la cabeza mientras apacha los ojos en el gesto de condescendencia más grande del mundo. Me muero, me muero solo imaginándolo mientras hace ese noesito estúpido, conocerle tan bien los gestos. Quizá ese ese el problema que los dos pensamos que sabemos qué quiere decir el otro, qué quiere pensar, qué le molesta. Y yo me siento una estúpida. Estando en Guatemala me fui a Ginebra porque él quería hacer un MBA y bueno, ya sabemos cómo salió y lo que encontré, pero yo quería estudiar escritura creativa, yo quería irme a Chile o a Argentina, quería, además, especializarme en filosofía, hacer algo que involucrara pensar. Y ahora, bueno, yo digo, ya, ya está, ya renuncié a eso, ya me fui a Ginebra y ahora ya me fui a Luxemburgo por él, pero pensar “ahora me voy a Berlín” y sigo y sigo. Y, mirá, yo sé que no soy la mujer más linda del mundo. Pero lleva más de un año sin tocarme, lleva más de un año que yo intento, me le siento en las piernas, le digo que vayamos a comer, le digo que por favor no cene hasta indigestarse; le trato de besar la boca y luego él me manda a bañarme o me manda a que me recueste o me dice que él guarda todos los platos y limpia toda la cocina y me pregunto si será más excitante limpiar toda la hijueputa cocina, que siempre mantenemos pulcra hasta el hueso, que acostarse un rato conmigo e intentar abrazarme por la espalda o morderme la oreja y quitarme la ropa. Me pregunto si será más interesante tener que sentarte a hacer la digestión después de la cena a que tu esposa se monte encima de ti y te quiera quitar la ropa. Y yo siento… ¿Sabés? Yo siento y digo, bueno, no sé, quizás como subí estos kilos, y entonces me quito el café y me quito las harinas e intento ponerme una que otra blusa más pegada, intento siquiera enseñar un poco más las tetas, no sé, ponerme los jeans un poco menos flojos, hacer algo, pero él no intenta hacer nada. Y luego tú hace unos meses, me dijiste, nos vamos a besar o qué… y ahora pienso ¿cuál es el origen de mi problema? Yo te digo que los mejores amigos no se besan en la boca, pero me ponés, y también me pone tu roomate y también me puso Andrea, la egipcia de mi oficina, y estoy casada y eso está mal. Y hasta me puso el gringo del Joseph, ¿te acordás? El fotógrafo guapísimo ese cuando estábamos estudiando para los exámenes finales de carrera, cuando Roberto representaba todo lo que me aburría: el derecho, las vestimentas formales, la sociedad guatemalteca, de la que él formaba parte, aunque no quisiera y de la que yo quería escapar. A ti, en cambio, te pone el lenguaje y crear mundos nuevos y esas cosas y a mí me ponés vos con tu mochilita universitaria y tus playeritas punk gritando “a la mierda el patriarcado” en una protesta de la universidad. Y me da pánico. Me da pánico fracasar en mi matrimonio y divorciarme. Es que, imaginate que me divorcio a los dos años de casada. Qué me van a decir. Qué me va a decir mi mamá.
Eugenia Cruz Barillas
{PE}
Un texto íntimo y profundo. Me deja sin palabras. Me refleja cuántas veces me sentí invisible, no amada, subestimada. Me veo proponiendo las mismas estrategias. A pesar del malestar, ahí sigo, ahí seguimos. ¿Me da miedo lo qué dirá mi mamá? ¿Me da miedo la soledad? ¿Sentir esa distancia en compañía, no es acaso soledad? Preguntas que vienen y van. Respuestas que flotan en la niebla del humedal.
Dios. Necesito el resto. No pressure, pero necesito el resto.